Por Carlos Merenson — La (Re) Verde
El discurso anticomunista de la Nueva Derecha no es un desvarío aislado, sino una pieza clave de su arquitectura ideológica. La caricatura del “enemigo rojo” cumple la misma función que el negacionismo ambiental: impedir que la sociedad piense críticamente las causas estructurales del colapso social y ecológico.
Un fantasma recorre Argentina: el fantasma del comunismo
En distintas oportunidades, algunos funcionarios del gobierno anarcocapitalista de Javier Milei, y el propio Milei, han afirmado que la alternativa al gobierno de la Libertad Avanza es el comunismo. Según esta retórica, el peronismo, el kirchnerismo o cualquier forma de intervención pública serían expresiones de un mismo mal. No se trata de una confusión conceptual: es una estrategia política deliberada.
Estas afirmaciones no son simples desvaríos ni torpezas conceptuales: son sofismas cuidadosamente construidos. Su función es instalar una falsa dicotomía que clausure cualquier reflexión crítica sobre las verdaderas causas del malestar social. Como todo sofisma, se apoya en una apariencia de verdad para ocultar su núcleo de manipulación. En este caso, el truco consiste en convertir toda forma de regulación, redistribución o justicia social en una amenaza totalitaria. Así, se fabrica un enemigo imaginario para legitimar políticas de ajuste, concentración y despojo. El sofisma del “comunismo” no busca convencer: busca disciplinar. Es un dispositivo emocional que reemplaza la razón por el miedo y el debate por la obediencia.
Cuando el oficialismo reduce el debate nacional a una falsa disyuntiva entre libertad o comunismo, no busca describir la realidad, sino anularla como objeto de reflexión. Esa operación vacía el lenguaje político: toda política social deviene “comunista”, toda regulación “autoritaria”, toda defensa ambiental “colectivista”. Se suprime así el campo de lo posible, y con él, la idea misma de alternativa.
Un gobierno verdaderamente comunista, en sentido histórico y doctrinario, se caracteriza por la propiedad colectiva de los medios de producción, la planificación centralizada de la economía, la abolición del lucro privado y la supresión de las jerarquías sociales derivadas del capital. Nada de eso existió ni existe en la Argentina contemporánea.
El recurso también implica una reescritura del pasado argentino. El peronismo —con sus contradicciones— fue una forma de capitalismo nacional con vocación distributiva, no un proyecto anticapitalista. Llamarlo “comunismo” es borrar la historia, deslegitimar la justicia social y demonizar toda política de soberanía o inclusión. Calificar al peronismo o al kirchnerismo de “comunistas” es, además, un acto desesperado, la reacción de un pensamiento que sólo puede sostenerse negando la realidad histórica.
A su vez, este anacronismo revela la ignorancia estructural de la Nueva Derecha, anclada mentalmente en la Guerra Fría. Su imaginario político quedó detenido en el siglo XX, incapaz de registrar ni la autodisolución de la URSS ni la caída del Muro de Berlín. Esa ceguera histórica les impide ver que su “enemigo” ya no está del otro lado de la trinchera: el verdadero debate del presente no es capitalismo versus comunismo, sino productivismo versus antiproductivismo. El desafío contemporáneo es ecopolítico: repensar los límites del crecimiento, el metabolismo social y la relación entre economía y naturaleza. Pero el dogmatismo neoliberal, al igual que el socialismo realmente existente, comparten la misma fe productivista, la misma incapacidad para concebir una civilización poscrecimiento.
Más allá del plano político, esta retórica comparte con el negacionismo ambiental una raíz común: la necesidad de neutralizar cualquier crítica al modelo económico dominante. Así como se niega la crisis climática para proteger los intereses del extractivismo y la especulación financiera, se invoca el fantasma del comunismo para deslegitimar cualquier forma de regulación o solidaridad. Ambos discursos —el anticomunista y el negacionista— cumplen la misma función: blindar el poder del mercado bajo la máscara de la “libertad”.
En definitiva, el anacrónico “anticomunismo” de la Nueva Derecha no expresa una posición ideológica coherente, sino una coartada para justificar el ajuste permanente, el desmantelamiento del Estado, la entrega de bienes comunes y la destrucción ambiental. No ha habido y no hay comunismo en la Argentina; lo que sí hay es un capitalismo sin freno que, en nombre de la libertad, niega derechos y destruye la heredad natural de la patria.
