Carlos Merenson

Introducción – El dilema civilizatorio

En el corazón de la crisis argentina late una pregunta que trasciende sus fronteras: ¿puede una sociedad organizarse exclusivamente en torno al mercado sin autodestruirse? Esta no es una cuestión teórica; es la pregunta que define una era y que hoy, bajo el experimento impulsado por la alianza entre el PRO y La Libertad Avanza, se pone a prueba con una crudeza sin precedentes.

Aunque los defensores del libre mercado —desde el neoliberalismo hasta su versión más extrema, el anarcocapitalismo que busca la disolución total del Estado en contratos privados— prometen prosperidad y desarrollo sostenible, su ideología es estructuralmente incompatible con la sostenibilidad. Se trata de un proyecto civilizatorio que busca sustituir la sociedad por el mercado, presentando una cosmovisión mercadocéntrica como la única racionalidad posible.

Argentina se ha convertido en un verdadero colisionador de hadrones: un laboratorio donde las políticas neoliberales y anarcocapitalistas se lanzan a gran velocidad unas contra otras y contra los límites de la realidad social y ecológica. Cada decisión de desregulación, privatización o expansión extractiva actúa como un dron que colisiona con los ecosistemas, las instituciones y el tejido social, revelando con claridad la imposibilidad de que la mercadolatría coexista con la sostenibilidad. Este laboratorio no es un escenario neutro; es un espacio de pruebas extremas donde las leyes de la vida chocan con la lógica del mercado.

En este artículo se exploran los seis puntos de fricción más profundos entre estas dos visiones del mundo. No se trata de diferencias de grado, sino de proyectos opuestos: uno que concibe la vida como un negocio y otro que la entiende como una trama de interdependencias que debemos cuidar. A continuación, analicemos estas incompatibilidades fundamentales.

1. El mito del crecimiento infinito vs. un planeta finito

La primera incompatibilidad es fundamental: la ideología de mercado se basa en una fe casi religiosa en el crecimiento económico ilimitado. En contraste, la sostenibilidad parte de una realidad científica ineludible: los recursos del planeta son finitos.

En Argentina, esta fe ciega se traduce en expansión extractiva —minería a gran escala, agronegocios y explotación de hidrocarburos— que ignora la degradación de suelos, la contaminación de acuíferos y la pérdida irreversible de biodiversidad. Ignorar los límites del planeta no es optimismo; es condena directa a las futuras generaciones, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria, el acceso al agua y la estabilidad climática. Allí donde la sostenibilidad propone suficiencia y regeneración, el mercado impone explotación y agotamiento.

2. El individuo competitivo vs. la comunidad solidaria

La cosmovisión mercadocéntrica exalta al individuo competitivo y autosuficiente, concibiendo la sociedad como una suma de personas que persiguen su propio interés. Esta lógica choca frontalmente con la sostenibilidad, que requiere solidaridad y cohesión social.

Cuando el individuo es el centro de todo, la pobreza se interpreta como un fracaso personal, no como un problema estructural, y la naturaleza deja de ser un patrimonio colectivo para convertirse en un activo a explotar. Esto disuelve los vínculos comunitarios y nos hace menos capaces de gestionar problemas colectivos, aumentando nuestra vulnerabilidad frente a crisis económicas y ecológicas.

3. La mercantilización de todo vs. la protección de lo común

La lógica del “mercado total” busca convertir todo en mercancía, desde bienes comunes como el agua y los bosques hasta los vínculos humanos: trabajo, salud, educación. Por contraste, la sostenibilidad protege estos bienes y relaciones como patrimonio compartido.

Cuando todo tiene precio, nada tiene valor intrínseco, y los ecosistemas, las comunidades y la confianza mutua quedan expuestos a una depredación sin límites. La mercadolatría convierte lo esencial en transacción y vacía de sentido la vida social y ecológica.

4. El desmantelamiento del Estado vs. la necesidad de reglas

La sostenibilidad requiere un Estado fuerte y activo, capaz de regular, planificar y proteger los bienes comunes. La ideología de mercado, en cambio, percibe al Estado como un obstáculo para la libertad económica y busca desmantelarlo.

En Argentina, esto se traduce en un debilitamiento extremo de organismos ambientales y eliminación de la planificación territorial. Sin un árbitro que equilibre intereses, la gobernanza ecológica queda subordinada al poder económico privado. La ausencia de reglas no genera libertad para todos, sino poder absoluto para unos pocos.

5. La despolitización técnica vs. la democracia real

El mercado tiende a presentar decisiones vitales —uso del territorio, explotación de recursos— como asuntos técnicos, reservados a expertos o a la lógica del lucro. La sostenibilidad exige participación pública y deliberación democrática.

El resultado es un autoritarismo disfrazado de libertad: los ciudadanos pueden votar, pero no tienen poder real sobre las decisiones que determinan el futuro de sus comunidades y ecosistemas. La libertad de mercado bloquea la libertad democrática de decidir colectivamente cómo queremos vivir.

6. La lógica de la eficiencia vs. la ética del cuidado

El mercado se rige por eficiencia económica y maximización del beneficio. La sostenibilidad, en cambio, se fundamenta en una ética del cuidado: cuidar de la comunidad y de la naturaleza como base de la resiliencia a largo plazo.

La mercadolatría erosiona sistemáticamente este cuidado, transformando relaciones de interdependencia en transacciones económicas y relaciones de poder. La libertad del capital exige proteger su lógica, a veces mediante represión de voces colectivas que defienden derechos ambientales o sociales. La sostenibilidad, por contraste, prioriza la protección de la vida y la cooperación.

La encrucijada de nuestro tiempo

Estamos ante dos caminos radicalmente incompatibles: el “mercado devorador”, que promete libertad individual, pero conduce al colapso ecológico y la fragmentación social; y una racionalidad ecológica que reorganiza la sociedad sobre la base del cuidado, la cooperación y el respeto por los límites que hacen posible la vida.

La disyuntiva es clara y no admite términos medios. La pregunta que enfrenta Argentina —y con ella el planeta— nos invita a reflexionar sobre una decisión civilizatoria fundamental: ¿optaremos por un mundo regido por la ganancia o por uno regido por la vida? Entre la codicia que todo lo consume y el cuidado que todo lo sostiene, se abre la posibilidad de elegir conscientemente un proyecto que coloque la vida como principio rector.