Carlos Merenson

En su discurso ante la Asamblea General de la ONU, Javier Milei afirmó que los malos resultados de la Agenda 2030 muestran un ciclo de estructuras burocráticas que se reciclan, recursos que se multiplican y metas que se reprograman sin efecto real. Según él, por eso la Argentina decidió apartarse de este proceso: para no malgastar recursos escasos en fines que no comparte y que, además, desvían la atención de las “dificultades reales” de un mundo encaminado al estancamiento.

La afirmación tiene una parte de verdad. Nadie puede negar que la Agenda 2030 avanza con lentitud desesperante y que sus metas, en muchos casos, se transformaron en declaraciones rituales. El propio secretario general de la ONU reconoció que el planeta está lejos de cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). En ese punto, Milei se coloca en sintonía con una crítica extendida: la brecha entre discursos globales y transformaciones reales es abismal.

Pero lo que Milei omite –y aquí está la trampa– es que esa brecha se debe, en gran medida, a la persistencia del modelo que él mismo defiende: el dogma del mercado autorregulado, el extractivismo como motor económico y el crecimiento ilimitado como horizonte. La inviabilidad de los ODS no radica en su ambición, sino en su contradicción interna: pretenden erradicar la pobreza y proteger la naturaleza mientras sostienen la misma lógica productivista que genera desigualdad y destrucción ecológica.

Qué implica rechazar la Agenda 2030

Milei no se levanta en la ONU diciendo “estoy en contra de erradicar el hambre o de garantizar la educación”. Su crítica apunta al marco institucional y político de la Agenda 2030. Sin embargo, al deslegitimar la agenda como espacio multilateral, también debilita los mecanismos colectivos creados para alcanzar esos objetivos. Es como desarmar la mesa de negociación en nombre de la eficacia: se pierde el instrumento que, con todas sus falencias, permite coordinar esfuerzos globales frente a problemas comunes.

Recordemos cuáles son esos objetivos:

  1. Erradicar la pobreza en todas sus formas y en todos los lugares.
  2. Erradicar el hambre, lograr la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y promover la agricultura sostenible.
  3. Garantizar el acceso a una atención sanitaria de calidad y promover el bienestar para todos en todas las edades.
  4. Asegurar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos.
  5. Lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y niñas.
  6. Garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el saneamiento para todos.
  7. Asegurar el acceso a una energía asequible, fiable, sostenible y moderna para todos.
  8. Promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos.
  9. Construir infraestructuras resilientes, promover la industrialización inclusiva y sostenible y fomentar la innovación.
  10. Reducir la desigualdad en y entre los países.
  11. Hacer que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles.
  12. Garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles.
  13. Urgentemente combatir el cambio climático y sus efectos.
  14. Conservar y utilizar sosteniblemente los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible.
  15. Proteger, restaurar y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, gestionar de manera sostenible los bosques, luchar contra la desertificación, detener e invertir la degradación de las tierras y detener la pérdida de biodiversidad.
  16. Promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, proporcionar acceso a la justicia para todos y construir instituciones eficaces, responsables e inclusivas a todos los niveles.
  17. Fortalecer los medios de implementación y revitalizar la Alianza Mundial para el desarrollo sostenible.

Difícilmente alguien pueda declararse en contra de estas metas sin quedar del lado del absurdo. Por eso Milei no apunta directamente a ellas, sino al “andamiaje” que las sostiene. Pero el efecto es el mismo: al desacreditar la Agenda 2030 y apartarse de ella, Argentina renuncia a participar activamente en la construcción de estrategias globales frente a la pobreza, la desigualdad y la crisis climática. deterioro de la biodiversidad?

Al tachar de “mal gasto” estos compromisos, Milei no está atacando una burocracia abstracta, sino deslegitimando las herramientas mínimas que la comunidad internacional intenta darse frente a problemas que afectan a la humanidad entera. Es cierto que los ODS están plagados de contradicciones, que han sido colonizados por el discurso del “crecimiento verde” y que muchas veces funcionan como coartada para no cambiar nada de fondo. Pero lo que se requiere es profundizar la crítica para radicalizar su sentido transformador, no descartarlos por completo en nombre del mercado.

El falso dilema

Milei plantea que la Agenda 2030 distrae de los problemas reales. Pero los ODS son precisamente un esfuerzo por atenderlos. El problema no es la Agenda, sino la subordinación de sus metas al paradigma del crecimientismo, el mismo que el presidente argentino erige como dogma. La pobreza, el hambre y el estancamiento que denuncia no son producto de la Agenda 2030, sino del sistema-mundo productivista con su capitalismo financiero y extractivista que él defiende.

En términos políticos, apartarse de la Agenda implica un aislamiento voluntario y la renuncia a disputar en el terreno donde hoy se negocian recursos, financiamiento y orientaciones globales. Con todas sus limitaciones, la Agenda es un campo de lucha. Abandonarlo equivale a regalarlo a las corporaciones y a los países centrales.

Una paradoja peligrosa

La crítica de Milei se parece a un truco de prestidigitador: señala con una mano la ineficacia de la Agenda 2030, mientras con la otra sostiene y refuerza el modelo que bloquea sus avances.

Denunciar que los grandes aparatos institucionales tienden a producir más burocracia que soluciones no debe conducir a razonar que entonces necesitamos menos cooperación internacional ni menos recursos destinados a las necesidades humanas y ecológicas. Necesitamos, por el contrario, una reinvención radical de esas agendas desde la perspectiva de los pueblos, de la comunidad de vida y de los límites biofísicos del planeta. Lo demás es retórica que, en nombre de la crítica, allana el camino al colapso.

En definitiva, lo que Milei presenta como una postura “realista” frente al fracaso de la Agenda 2030 es, en verdad, un alineamiento con los sectores más retrógrados del escenario internacional: aquellos que niegan el cambio climático, relativizan la pobreza estructural y reducen la política a la obediencia ciega al mercado. Al apartarse de los ODS, Argentina se coloca del lado equivocado de la historia, rechazando la búsqueda de consensos mínimos globales en torno a la dignidad humana y la sostenibilidad de la vida.

Lo que está en juego no es una agenda burocrática, sino la posibilidad de evitar una crisis ecosocial sin retorno. Renunciar a esos compromisos no es ahorrar recursos: es hipotecar el futuro de las próximas generaciones.