Carlos Merenson

Extractivismo: un callejón sin salida (Neo-extractivismo progresista vs. Paleo-extractivismo neoliberal)

En América Latina, la cuestión del extractivismo ha sido abordada desde perspectivas políticas diversas, pero con un denominador común: la convicción de que los recursos naturales constituyen la principal fuente para alcanzar el desarrollo y enfrentar la pobreza.

Bajo esta premisa, varios gobiernos progresistas implementaron políticas que Eduardo Gudynas califica como “neo-extractivismo progresista”: la consolidación de economías de enclave —mineras, petroleras o agroexportadoras—, pero con intervención estatal, apropiación parcial de la renta y redistribución social. El extractivismo, así, se legitimaba como vía para un «capitalismo con rostro humano».

Con el avance neoliberal comienza a asomar el modelo impuesto en la década de 1990 que – también apoyado en el extractivismo – se caracteriza por un relajamiento en la participación estatal, la apertura irrestricta a capitales transnacionales y la disminución drástica o directamente la eliminación de toda política de apropiación de parte de la renta extractivista, definiendo así un “paleo-extractivismo” que nos remite a la colonialidad.

Aun con sus diferencias, ambos modelos —progresista y neoliberal— desembocan en el mismo callejón sin salida: dependencia estructural, degradación ecosocial y perpetuación de desigualdades. En el plano discursivo, el neoliberalismo apuesta a un derrame que nunca derrama; el progresismo, a la promesa de redistribuir con base en la renta extractiva. Pero en la práctica, en uno y otro caso, los territorios terminan fragmentados, las poblaciones locales desplazadas y los impactos ambientales externalizados.

El extractivismo como trampa de dependencia para el Sur Global

El análisis comparativo entre el Sur Global y el G7 permite entender este dilema. En el Sur, el extractivismo se ha convertido en una trampa de dependencia: genera divisas a corto plazo, pero erosiona la soberanía alimentaria, destruye ecosistemas y profundiza la subordinación financiera. En el Norte, en cambio, fue motor de acumulación gracias al saqueo colonial de territorios ajenos. El contraste es evidente: lo que para unos fue plataforma de desarrollo, para otros es condena a la dependencia. Desde esta perspectiva histórico-estructural, queda claro que el extractivismo nunca cumplió ni cumplirá funciones de “desarrollo nacional” en el Sur Global.

Extractivismo en el Sur Global vs. G7

DimensiónSur Global (ejemplos)G7 (Norte Global, ejemplos)
Acceso a los recursosRecursos abundantes pero controlados por transnacionales o élites: • Nigeria (petróleo en el Delta del Níger) • Perú (minería de cobre y oro) • Ecuador (petróleo amazónico).Recursos internos en fases iniciales: • Reino Unido (carbón en Gales y Midlands). Control colonial: • Francia (algodón de Egipto, caucho del Congo). • Japón (recursos de Corea y Manchuria).
Control del excedenteExcedentes fugados vía deuda y utilidades externas: • Venezuela (renta petrolera capturada por élites y transnacionales). • Zambia (cobre controlado por compañías extranjeras).Excedente colonial reinvertido: • Reino Unido (plata y oro de América, algodón de India). • EE. UU. (expansión con recursos internos + dominación de América Latina en el siglo XX).
Estructura productivaEconomías primarizadas, sin diversificación: • Bolivia (gas y minerales). • Indonesia (petróleo, palma aceitera).Industrialización temprana: • Alemania (carbón y hierro del Ruhr + colonias africanas). • Italia (recursos coloniales en Libia y Eritrea).
Dinámica social y políticaRedistribución limitada y crisis recurrentes: • Ecuador (boom petrolero de los 70 seguido de endeudamiento). • Nigeria (inestabilidad política y corrupción ligada al petróleo).Consolidación de Estados fuertes: • Francia y Reino Unido (financiaron Estado de bienestar con excedente colonial). • Japón (usó colonias para sostener industrialización interna).
Impacto ambientalDevastación local: • República Democrática del Congo (cobalto, coltán). • Perú (conflictos socioambientales mineros).Externalización de impactos: • EE. UU. (externaliza producción sucia a México y Asia). • Reino Unido (importa materias primas, reduce presión ambiental interna).
Resultado históricoTrampa estructural: ciclos de auge y colapso, dependencia y degradación socioecológica. • Nigeria, Venezuela, Zambia.Plataforma de acumulación: industrialización, hegemonía tecnológica y financiera. • Reino Unido, Alemania, EE. UU., Japón.

Ahora bien, este diagnóstico no debe invisibilizar intentos de ruptura o matices en la experiencia latinoamericana, que muestran que existieron esfuerzos por resignificar el control sobre los recursos. Sin embargo, incluso en estos casos, las tensiones con el capital transnacional y la dependencia de divisas limitaron fuertemente la capacidad de transformar el patrón extractivo.

El desafío, entonces, no es solo técnico o económico, sino también geopolítico. El dilema histórico de América Latina radica en que el extractivismo no es una etapa previa hacia el desarrollo, sino un mecanismo de subordinación. El Sur no fracasó en desarrollarse porque no “supiera administrar” sus recursos, sino porque el extractivismo, en cualquiera de sus versiones, reproduce la dependencia y la devastación.

Superar ese espejismo requiere, por tanto, abandonar la ilusión de un capitalismo extractivo con rostro humano y avanzar hacia un horizonte postextractivo capaz de reconciliar justicia social con justicia ecológica.

De ahí que las propuestas del ecologismo latinoamericano resulten cruciales. La transición postextractiva no puede plantearse como simple sustitución de fuentes de divisas: implica una transformación profunda en las relaciones entre economía, sociedad y naturaleza.

Argentina: entre la deuda y el extractivismo

Atrapada entre una deuda externa abrumadora, de dudosa legitimidad, y un modelo extractivista con el que infructuosamente se pretende saldarla, Argentina enfrenta un dilema profundo que condiciona su presente y su futuro.

La deuda pública argentina supera los 400.000 millones de dólares. El servicio de esa deuda, que consume gran parte de los ingresos fiscales, limita la capacidad del Estado de invertir en educación, salud y políticas de sostenibilidad. Este pasivo condiciona la estrategia de desarrollo del país y alimenta la presión por generar divisas rápidas.

En este esquema, la naturaleza se convierte en garantía de deuda. Se explota de manera insostenible el patrimonio natural del país para obtener ingresos inmediatos, a costa de degradar ecosistemas que sustentan la vida de presentes y futuras generaciones. La lógica de “resolver lo urgente pagando lo impagable” implica sacrificar bienestar intra e intergeneracional, transfiriendo los costos ambientales y sociales al futuro.

Análisis de la evolución de la deuda externa y las exportaciones de materias primas en Argentina (1990–2024): una relación de dependencia estructural

La evolución de la deuda externa y las exportaciones de materias primas en Argentina entre 1990 y 2024 revela una relación de dependencia estructural que ha condicionado el modelo económico del país. A lo largo de este período, la deuda externa ha experimentado incrementos significativos, mientras que las exportaciones de materias primas, aunque han mostrado crecimiento, no han sido suficientes para aliviar la carga de la deuda.

Desde 1990, la deuda externa de Argentina ha mostrado una tendencia creciente, con picos notables en momentos de crisis económicas. Por ejemplo, en 2001, la deuda alcanzó niveles críticos, lo que llevó al país a una crisis financiera y al posterior default. A pesar de los esfuerzos de reestructuración y los períodos de reducción de la deuda, los compromisos financieros externos han seguido siendo elevados, reflejando una dependencia continua del financiamiento internacional.

En paralelo, las exportaciones de Argentina han estado dominadas por materias primas, especialmente granos, oleaginosas y sus derivados. Aunque estos productos han generado ingresos significativos en divisas, su valor agregado es relativamente bajo, lo que implica una limitada capacidad para generar desarrollo económico sostenible. Además, la dependencia de estos productos ha hecho que la economía argentina sea vulnerable a las fluctuaciones de los precios internacionales.

Las estadísticas del World Bank (International Debt Statistics) muestran que la relación stock de deuda externa / exportaciones de Argentina ha sido muy alta en las últimas décadas (con valores que superaron 200–300% en ciertos años), lo que indica elevada vulnerabilidad: una gran proporción de la deuda es superior al volumen de exportaciones anuales. Esto significa que las exportaciones —muchas basadas en commodities— resultan insuficientes para cubrir rápidamente la carga de deuda generando mayor presión para aumentar exportaciones de carácter extractivo.

La interacción entre el aumento de la deuda externa y la dependencia de las exportaciones de materias primas ha reforzado un modelo económico extractivista en Argentina. Este modelo, centrado en la exportación de recursos naturales con bajo valor agregado, ha limitado las posibilidades de desarrollo económico autónomo y sostenible.

La falacia del “extractivismo sostenible”

Frente a este esquema de dependencia perpetua y de perpetuo proceso de empobrecimiento del pueblo y degradación ambiental, se ha bloqueado el imaginario en todo el arco político tradicional, que resulta incapaz de imaginar alternativas más allá de proponer más y más extractivismo y, en algunos casos, incluso, más endeudamiento.

Una dirigencia política y tecnoburocrática que, frente a las voces que se alzan contra todas y cada una de las aventuras extractivistas en las que se embarcan los gobiernos de turno, solo atina a cubrirlas con el manto sagrado de la sostenibilidad, ignorando que “extractivismo sostenible” es un monumental oxímoron.

¿Existe un extractivismo sostenible? ¿Puede calificarse como sostenible la megaminería a cielo abierto? ¿Pueden serlo las monoculturas transgénicas? ¿Es posible calificar como sostenible una matriz energética basada en fuentes fósiles y nucleares?

La sostenibilidad involucra una serie de criterios operativos cuyo manifiesto incumplimiento en todas las formas de extractivismo invalida, en este caso, su empleo como calificativo.

La palabra “sostenible” no tiene poderes mágicos. Su inclusión en nuestro vocabulario, discursos, informes o proyectos no es suficiente para asegurar que nuestra sociedad o las actividades económicas se vuelvan sostenibles. Por el contrario, el bastardeo del término nos conducirá —más rápido de lo que imaginamos— a la insostenibilidad de nuestro proceso de desarrollo.

Propuestas ecologistas para una transición postextractivista

Dejar atrás el extractivismo no es una consigna abstracta: es una condición de supervivencia. Desextractivisar es el camino hacia un desarrollo ecosocial y una sociabilidad convivencial. Pero también plantea la pregunta: ¿cómo sostener economía, empleo y balanza de pagos si se reduce el extractivismo?

El ecologismo argentino, lejos de ser un “no” vacío, propone un sí alternativo que protege la Casa Común, genera trabajo digno y garantiza soberanía. Esto implica, en primer lugar, auditar la legitimidad de la deuda externa, única manera de comenzar a desatar el nudo de la dependencia y romper la trampa del extractivismo; avanzar seriamente hacia una matriz energética descentralizada, renovable y limpia; reorientar la agricultura hacia modelos agroecológicos y generar empleo verde que no reproduzca la lógica depredadora. Estas medidas, lejos de ser un listado programático, constituyen una estrategia integral para reconstruir la soberanía en clave ecosocial.

Conclusiones

A manera de conclusión, podemos decir que en las últimas décadas hemos sido embarcados en cuanta aventura extractivista se ha propuesto y, pretendiendo justificar lo injustificable, se ha corrido tras la utopía de sostener lo insostenible, destruyendo en el camino una parte sustancial del patrimonio natural e ignorando que el destino de la heredad natural de nuestro país hace al destino del país mismo, y que es sobre este destino que se decide cada vez que se define una política en materia de actividades extractivistas.

Fruto de la cultura productivista que todo lo impregna y de sus urgencias, nunca ha quedado tiempo para evaluar cuidadosamente los pasivos ecosociales que lleva consigo el ininterrumpido saqueo de los sistemas ecológicos de nuestro país y las inequívocas señales de deterioro de nuestros ecosistemas.

Si las urgencias del presente, como la lucha contra la pobreza, la indigencia y el hambre, nos conducen al extractivismo, debemos hacerlo en el marco de una planificación que nos pueda sacar —lo antes posible— de ese camino que, inevitablemente, nos conduce a la insostenibilidad, multiplicando los problemas que se pretendían resolver, con el agravante de un deterioro natural que hará imposible resolverlos.

Si bien es cierto que la mayor riqueza de nuestro país está en sus recursos naturales y en su gente, la historia ha mostrado que es erróneo pensar que, haciendo un uso indiscriminado de esos recursos, se pueden financiar las urgencias del desarrollo. Pretender elevar el nivel de vida de la población sin tomar en consideración el impacto catastrófico de la lógica extractivista sobre la vida de los seres humanos y el ambiente —tal como la experiencia lo demuestra— solo ha servido para maximizar la renta de pocos y los impactos ecosociales de muchos.