Carlos Merenson
La crisis ecosocial actual no puede interpretarse como un episodio más dentro de las crisis cíclicas propias del capitalismo, y sería un grave error asumirla como tal.
Cuando hablamos de crisis cíclicas del capitalismo, nos referimos tanto a los ciclos económicos de corto plazo (tres a diez años) caracterizados por recesiones y ajustes financieros, como a las ondas largas que propuso de Kondratieff, que se extienden entre 40 y 60 años y reflejan transformaciones estructurales ligadas a innovaciones tecnológicas y reorganizaciones del sistema productivo. Estos ciclos, tanto cortos como largos, han permitido históricamente al capitalismo recomponerse tras sus crisis, funcionando como mecanismos de ajuste.
Sin embargo, la crisis ecosocial actual difiere radicalmente de estas fluctuaciones. Se trata de una crisis estructural y civilizatoria, en la que convergen la degradación ecológica, la desigualdad social extrema y el agotamiento de los recursos. Esta convergencia impide la recuperación y revela los límites históricos y biofísicos del capitalismo tardío.
El origen de esta crisis estructural se encuentra en el inevitable desencaje del sistema con las bases sociales y naturales que lo sostienen. En esta fase de maduración extrema y agotamiento, la lógica interna del capitalismo tardío ya no garantiza estabilidad ni progreso, sino que genera crisis recurrentes, desigualdad creciente y colapso ecológico, definiendo en conjunto una crisis civilizatoria.
En el escenario actual cada vez más se hacen presente claros síntomas de declinación, que se expresan en distintos planos, interrelacionados y mutuamente reforzados.
En el plano social, el capitalismo tardío se caracteriza por una desigualdad sin precedentes. Mientras una minoría concentra riquezas obscenas, vastas mayorías viven en la precariedad laboral, la exclusión y la inseguridad vital. El individualismo competitivo erosiona los vínculos comunitarios y genera experiencias de vacío existencial, soledad y malestar civilizatorio. El sistema que prometía bienestar universal se revela incapaz de garantizar condiciones dignas de vida a la mayoría de la población.
Desde la perspectiva económica, se evidencia un estancamiento estructural. Desde la década de 1970, las tasas de crecimiento que alimentaron el mito del progreso indefinido se han tornado inalcanzables en las economías industrializadas. Para compensar esta tendencia, el capital se vuelca a la financiarización, generando burbujas especulativas, volatilidad e inestabilidad crónica. El endeudamiento masivo de Estados, empresas y hogares constituye la contracara de un modelo incapaz de sostener la acumulación productiva.
A estas crisis social y económica se suma la crisis ecológica, resultado del choque del capitalismo con los límites biofísicos del planeta, choque que constituye la cuestión más crucial para la supervivencia humana en el siglo XXI. La sobreexplotación de los recursos, el agotamiento de energías fósiles y minerales estratégicos, la degradación de suelos y fuentes de agua, así como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, evidencian que el metabolismo económico se ha tornado insostenible. Georgescu-Roegen ya advertía que la dinámica expansiva del capital es un proceso entrópico, condenado a socavar las bases materiales de la reproducción social. La crisis ecológica global, lejos de ser un “simple problema ambiental”, es el síntoma de un sistema que destruye sus propios fundamentos de existencia.
En el plano político e institucional, el capitalismo revela también sus límites. La democracia representativa se ve crecientemente vaciada de contenido, subordinada a la lógica de los mercados y a la influencia de corporaciones transnacionales. Como respuesta al deterioro del pacto social, resurgen tendencias autoritarias y neofascistas, mientras el tablero geopolítico se fragmenta en disputas por recursos estratégicos y esferas de influencia. Esto evidencia la crisis de legitimidad del orden internacional liberal y el debilitamiento de la cooperación multilateral.
Finalmente, en el plano cultural, el sistema exhibe un agotamiento simbólico. El consumismo ya no logra sostenerse como horizonte de sentido ni como promesa de emancipación individual. La vida reducida a mercancía ha colonizado el imaginario colectivo, al tiempo que erosiona su capacidad de movilizar adhesión. Como subraya Latouche, la ideología del crecimiento infinito se revela absurda frente a la evidencia de los límites planetarios. Este vacío abre, sin embargo, paso a la emergencia de alternativas civilizatorias: el decrecimiento, el Buen Vivir, las economías solidarias y las propuestas ecosociales.
En suma, el capitalismo enfrenta una crisis múltiple e interdependiente: destruye las condiciones ecológicas que lo sostienen, reproduce desigualdades sociales explosivas, se estanca en lo económico, erosiona las instituciones políticas y agota su propio imaginario cultural. Su contradicción fundamental —necesitar naturaleza y comunidad para subsistir, pero devastarlas en su dinámica expansiva— muestra que nos encontramos en un punto de inflexión histórico.
Encerrado en su falso dilema de crecer o no crecer, el sistema ha quedado atrapado en una verdadera paradoja: si no hay crecimiento, el sistema colapsa y si continúa el crecimiento, se destruyen las bases físicas que hacen posible ese crecimiento y la vida misma. De esta manera, el sistema capitalista está condenado a un suicidio ecosocial global.
Este diagnóstico, sin embargo, no debe conducir al fatalismo. Por el contrario, abre la oportunidad de imaginar y construir nuevas formas de habitar el mundo. En el caso argentino, la conciencia de estos límites y la búsqueda de alternativas pueden articularse en torno a la idea de comunidad ecosocial, entendida como el espacio de reconstrucción de vínculos solidarios, de reapropiación democrática de lo común y de reorientación de la economía hacia la sostenibilidad y la justicia. Allí donde el capitalismo global genera desarraigo y dependencia, la comunidad ecosocial propone soberanía, cooperación y resiliencia. El colapso de un modelo no implica necesariamente el derrumbe de la vida social, sino la posibilidad de un nuevo comienzo, fundado en la solidaridad entre personas y en el cuidado de la casa común.
Comunidad ecosocial: una alternativa poscapitalista
La evidencia de la crisis estructural del capitalismo tardío abre la posibilidad de imaginar nuevas formas de habitar el mundo, donde la sociabilidad convivencial, la cooperación, la solidaridad y la sostenibilidad ocupen el centro de la vida social. Una comunidad ecosocial como modelo de organización social capaz de responder a las múltiples crisis de nuestro tiempo: social, económica, política, cultural y ecológica.
Lejos de ser un proyecto abstracto o utópico, la comunidad ecosocial propone reconstruir los vínculos sociales y recuperar la relación armónica con la naturaleza. Su fundamento reside en tres pilares:
- Sostenibilidad: reconocer los límites biofísicos del planeta y reorganizar la producción, el consumo y la gestión de recursos para garantizar la vida futura.
- Justicia social y económica: promover equidad, cooperación y reapropiación democrática de lo común, enfrentando la desigualdad estructural que caracteriza al capitalismo tardío.
- Participación y autonomía comunitaria: fortalecer la democracia directa, los procesos deliberativos locales y la autogestión, integrando la voz de las comunidades en la definición de sus modos de vida y su relación con el entorno.
La comunidad ecosocial puede constituirse como una salida poscapitalista, conectando experiencias locales y globales, principios teóricos de la ecología política y estrategias de transformación práctica que permiten un tránsito hacia sociedades más resilientes, equitativas y sostenibles.
Fundamentos teóricos de la comunidad ecosocial
La idea de comunidad ecosocial surge de la necesidad de articular respuestas coherentes a las múltiples crisis del capitalismo tardío, combinando la recuperación de la vida comunitaria con el respeto a los límites ecológicos. Desde la ecología política, se sostiene que la reproducción social no puede desligarse de la reproducción ecológica: nuestra supervivencia depende de sistemas vivos interdependientes que el capitalismo ha socavado de manera sistemática.
Los flujos de materia y energía entre sociedad y naturaleza definen un metabolismo que ha sido perturbado por la apropiación desigual y la explotación desenfrenada, lo cual ha conducido a la degradación ambiental y al colapso de condiciones de vida digna.
La salida del capitalismo no depende únicamente de un cambio económico, sino de una reconfiguración del tiempo, la producción y el consumo, orientada hacia la satisfacción de necesidades reales y la cooperación social. La comunidad ecosocial, en este sentido, no solo busca alternativas económicas, sino la construcción de formas de vida convivencial capaces de reemplazar la lógica competitiva y extractivista del capitalismo tardío.
La globalización y la financiarización han intensificado la concentración de poder, erosionando los vínculos comunitarios y generando dependencia tecnológica y económica. Ante este escenario, la comunidad ecosocial surge como espacio de autonomía y resiliencia, capaz de resistir la presión de los mercados y de fortalecer la soberanía local sobre los recursos y los procesos de decisión.
La necesidad de integrar criterios biofísicos y éticos en cualquier proyecto social emerge como una cuestión fundamental y es por ello que la comunidad ecosocial se funda en la idea de que la justicia social y la sostenibilidad ecológica son inseparables: no puede haber bienestar humano duradero mientras se destruyan los sistemas naturales que sostienen la vida.
Finalmente, se requiere de un enfoque integral y sistémico destacando la importancia de respetar los límites biofísicos, de reorganizar la economía en equilibrio con la naturaleza e integrar la dimensión comunitaria y democrática de la transformación social, donde los ciudadanos participan activamente en la definición de sus formas de vida y en la gestión de los recursos comunes.
En síntesis, la comunidad ecosocial no es una idea aislada, sino un proyecto teórico-práctico que integra:
- La comprensión del capitalismo como sistema que devasta naturaleza y sociedad,
- La necesidad de límites biofísicos y de sostenibilidad,
- La reconstrucción de vínculos comunitarios y de democracia directa,
- Y la orientación hacia la equidad, la cooperación y la resiliencia como principios fundantes de la vida poscapitalista.
Experiencias prácticas de comunidades ecosociales
La teoría de la comunidad ecosocial se vuelve tangible cuando se observan experiencias concretas en distintos lugares del mundo. Estas comunidades muestran cómo es posible organizar la vida social, económica y ecológica de manera integrada, generando resiliencia, cooperación y sostenibilidad.
Entre las experiencias globales podemos mencionar las redes de comunidades intencionales, como las promovidas por la Global Ecovillage Network, que integran principios de autosuficiencia, agricultura orgánica, energías renovables y participación democrática. Estas comunidades demuestran que es posible reducir la dependencia del sistema capitalista, reconstruir lazos sociales y generar economías locales sostenibles.
Otro ejemplo lo tenemos con las “economías solidarias y cooperativas” que promueven la gestión colectiva de recursos y la distribución equitativa de beneficios, desafiando la lógica individualista y competitiva del capitalismo tardío.
También tenemos los movimientos de transición (Transition Towns) que se enfocan en preparar a las comunidades para la transición hacia economías bajas en carbono, fomentando la resiliencia energética, la producción local de alimentos y la educación ambiental.
A nivel latinoamericano se puede mencionar el “Buen Vivir” en Ecuador y Bolivia inspirado en cosmovisiones indígenas, promoviendo la armonía entre comunidad y naturaleza, priorizando la sostenibilidad, la equidad y la participación colectiva en la toma de decisiones.
También son destacables las redes de agroecología y permacultura. En Argentina organizaciones como Agricultura Familiar demuestran cómo la producción de alimentos puede ser simultáneamente ecológica, justa y local, integrando principios de cooperación y soberanía alimentaria.
Estas experiencias ofrecen principios y prácticas replicables como la reapropiación de lo común: tierras, agua, energía y conocimiento gestionados colectivamente; participación democrática directa por medio de decisiones tomadas de manera consensuada o mediante estructuras deliberativas inclusivas; integración ecológica con actividades económicas y sociales alineadas con la capacidad de carga del ecosistema local; autosuficiencia y cooperación combinando producción local y redes de apoyo que reducen la dependencia del capital global.
En conjunto, estas experiencias demuestran que la comunidad ecosocial no es una utopía abstracta, sino un modelo que se puede experimentar, adaptar y escalar, integrando la teoría de la ecología política con la acción concreta. Para Argentina, estas prácticas ofrecen inspiración para articular redes locales de cooperación, agricultura sostenible, autogestión y democracia comunitaria, constituyendo pasos tangibles hacia un modelo poscapitalista viable.
La comunidad ecosocial como proyecto nacional
Las experiencias locales de comunidad ecosocial muestran que es posible reconstruir vínculos sociales, autonomía económica y sostenibilidad ecológica, pero la transición hacia una sociedad poscapitalista requiere expandir estas prácticas al plano nacional. Solo así se pueden articular políticas, instituciones y cultura que sostengan la transformación en todo el territorio argentino, garantizando la equidad, la soberanía y la resiliencia frente a las crisis estructurales del capitalismo tardío.
En este contexto, el pensamiento político de Juan Domingo Perón y el Papa Francisco ofrecen puntos de referencia relevantes. La “comunidad organizada” de Perón aspiraba a integrar justicia social, participación popular y solidaridad nacional, articulando intereses individuales y colectivos dentro de un proyecto político inclusivo. Al compararla con la comunidad ecosocial, encontramos coincidencias en la búsqueda de cohesión social, fortalecimiento de la participación y prioridad del bienestar colectivo sobre la ganancia individual. Sin embargo, existen tensiones: la comunidad organizada peronista se centraba en el marco del Estado nacional y en el desarrollismo, mientras que la comunidad ecosocial enfatiza autonomía local, límites ecológicos y descentralización de la producción, incorporando criterios biofísicos que el modelo peronista no contemplaba plenamente.
Por su parte, el pensamiento del Papa Francisco, especialmente en Laudato Si’ y Fratelli Tutti, aporta una visión ética y planetaria que converge con la comunidad ecosocial. Sus llamados a la cuidado de la Casa Común, la solidaridad intergeneracional y la justicia social coinciden con los principios de sostenibilidad, cooperación y equidad de la propuesta ecosocial. Al mismo tiempo, Francisco introduce un marco moral y espiritual, que no siempre se encuentra en los enfoques estrictamente políticos o económicos de la transición poscapitalista, generando un espacio de diálogo y tensión entre lo ético-religioso y lo práctico-tecnológico.
De este modo, el desafío para Argentina es articular estas referencias nacionales e internacionales con las experiencias locales de comunidad ecosocial. Se trata de construir un modelo de escala nacional que integre:
- La cohesión social y participación política inspirada en la comunidad organizada de Perón,
- La ética de la solidaridad y cuidado ecológico propuesta por Francisco,
- Y los principios prácticos y biofísicos de la comunidad ecosocial, que aseguran sostenibilidad, equidad y resiliencia.
Esta integración no elimina las tensiones, pero permite establecer un marco de convergencia estratégica, donde los aprendizajes locales pueden escalar a políticas nacionales y convertirse en un proyecto capaz de enfrentar las crisis del capitalismo tardío, reconstruir la vida comunitaria y preservar la integridad ecológica del país.
Estrategias de transición hacia la comunidad ecosocial en Argentina
La construcción de una comunidad ecosocial no es un proceso automático ni uniforme, sino que requiere estrategias deliberadas que articulen acción comunitaria, políticas públicas y prácticas económicas sostenibles. En el contexto argentino, estas estrategias pueden orientarse a fortalecer la resiliencia social, reconstruir la soberanía sobre los recursos y promover formas de vida más equitativas y ecológicamente responsables. En el camino hacia la sociabilidad convivencial y un desarrollo verdaderamente sostenible, emergen diversas acciones que deben integrarse de manera coherente.
La reapropiación de lo común y la soberanía local se presentan como objetivos fundamentales, promoviendo la gestión comunitaria de la tierra, el agua y los espacios urbanos mediante cooperativas, asociaciones vecinales y proyectos de agricultura urbana. Paralelamente, resulta estratégico fomentar la producción y distribución local de alimentos, apoyando sistemas agroecológicos, mercados de cercanía y redes de consumo responsable, mientras se impulsa el desarrollo de energías renovables y limpias gestionadas comunitariamente, reduciendo la dependencia de combustibles fósiles y fortaleciendo la autonomía energética.
La economía solidaria y cooperativa constituye otro eje clave de la transición. Impulsar cooperativas de trabajo y empresas comunitarias que distribuyan equitativamente los beneficios y prioricen el bienestar social sobre la ganancia individual, así como crear redes de intercambio y crédito local que fomenten la circulación de recursos dentro de la comunidad y reduzcan la exposición a la volatilidad del mercado global, son medidas esenciales. Integrar principios de suficiencia, adaptando la producción y el consumo a las capacidades ecológicas del territorio, asegura que el desarrollo sea compatible con los límites biofísicos.
La participación democrática y el fortalecimiento comunitario resultan igualmente centrales. Establecer estructuras de democracia directa y deliberativa a nivel barrial, vecinal y regional permite que las decisiones sean tomadas colectivamente y que los ciudadanos recuperen protagonismo sobre su entorno. Reforzar los vínculos sociales y las redes de cooperación contribuye a recuperar espacios de convivencia, cultura y educación comunitaria, mientras que los procesos de formación y concientización orientados a la ciudadanía ecosocial generan conciencia sobre los límites ecológicos, la justicia social y la responsabilidad colectiva.
Un aspecto crucial de la transición es la innovación institucional y la política pública, incorporando criterios de sostenibilidad ecológica y justicia social en la planificación urbana, la gestión de recursos y la regulación económica. Es necesario crear marcos legales que protejan bienes comunes, fomenten la economía solidaria y faciliten la adopción de modelos de producción y consumo sostenibles, así como integrar políticas de educación ambiental, cultura y ciencia ciudadana vinculadas a la gestión comunitaria y a la preservación del patrimonio natural. Al mismo tiempo, la participación en redes internacionales de agroecología y economías solidarias permite intercambiar experiencias, conocimientos y estrategias de adaptación, adaptando prácticas exitosas de otras regiones a las particularidades culturales, sociales y ecológicas de Argentina.
En conjunto, estas estrategias muestran que la transición hacia la comunidad ecosocial requiere simultáneamente acción local y visión global, integración entre lo social y lo ecológico, y una transformación profunda de los hábitos, instituciones y relaciones económicas. La comunidad ecosocial no es solo un objetivo futuro; puede construirse hoy a través de iniciativas concretas que, paso a paso, reorienten la vida comunitaria hacia la sostenibilidad, la equidad y la resiliencia.
Hacia un nuevo comienzo: comunidad ecosocial como alternativa poscapitalista
La evidencia acumulada sobre la crisis estructural del capitalismo tardío muestra que no basta con ajustes parciales ni con la gestión convencional de crisis cíclicas. La degradación ecológica, la desigualdad social extrema, la erosión institucional y el agotamiento cultural indican que nos encontramos ante un punto de inflexión histórico. Frente a este desafío, la comunidad ecosocial surge como una propuesta integral, capaz de reconectar a las personas entre sí y con la naturaleza, y de orientar la economía y la política hacia la sostenibilidad y la justicia.
Como hemos visto, la comunidad ecosocial combina sostenibilidad ecológica, equidad social y participación democrática. No se trata de un ideal abstracto, sino de un proyecto práctico y realizable, que ya encuentra expresión en cooperativas, redes agroecológicas y experiencias de autogestión tanto en Argentina como en el mundo. Estas iniciativas muestran que es posible reorganizar la vida comunitaria y económica de manera que se respeten los límites biofísicos, se reconstruyan los vínculos sociales y se fortalezca la resiliencia frente a crisis futuras.
La transición hacia esta forma de vida requiere estrategias deliberadas: reapropiación de lo común, economía solidaria, participación democrática, innovación institucional y aprendizaje de experiencias globales. Cada paso que fortalece la autonomía local, la cooperación y la conciencia ecosocial constituye un avance hacia una sociedad poscapitalista, donde la vida humana y la naturaleza no se subordinan a la lógica expansiva del capital, sino que se integran en un proyecto compartido de sostenibilidad y bienestar colectivo.
En definitiva, la comunidad ecosocial no solo ofrece respuestas a las crisis actuales, sino que abre la posibilidad de un nuevo comienzo histórico. Donde el capitalismo global genera desarraigo, dependencia y agotamiento, la comunidad ecosocial propone solidaridad, soberanía y cuidado de la casa común, demostrando que el colapso de un modelo económico no implica el derrumbe de la vida social, sino la oportunidad de construir formas de vida más justas, resilientes y sostenibles.
