Análisis de los discursos, estrategias y desafíos
Carlos Merenson
Imagen de portada: BANSKY
La Batalla Cultural
La “Batalla Cultural” impulsada por la nueva derecha (ND) trasciende las esferas políticas y económicas, buscando transformar valores, creencias y narrativas sociales para establecer una hegemonía cultural,[1] en confrontación directa con el heterogéneo bloque que despectivamente califican como cultura “woke” o “marxismo cultural”.[2]
Aunque Donald Trump no inventó la Batalla Cultural, se puede afirmar que fue quien la proyectó globalmente y la convirtió en el eje central de su estrategia, marcando un punto de inflexión en su desarrollo (ver anexo). Trump colocó el conflicto cultural en el centro, más allá de las políticas públicas, enfocándose en identidades, valores y símbolos. Utilizó intensivamente las redes sociales para confrontar y acelerar la polarización, impulsando una agenda transnacional que legitimó a nuevos líderes afines como, entre otros, Bolsonaro y Milei.
Trump logró fusionar el neoliberalismo económico con el nacional-populismo, articulando un discurso antiinmigración y de negacionismo climático. Steve Bannon, su estratega clave en la fase inicial, sistematizó la idea de que la política contemporánea debe centrarse en una guerra cultural total, no solo en la disputa electoral. Inspirado -paradójicamente- en Gramsci,[3] Bannon sostiene que la hegemonía cultural se conquista controlando relatos y símbolos, y que la ND debe “recuperar” la cultura que, según él, ha sido capturada por la izquierda.
En su estrategia, Bannon asigna un papel fundamental a la articulación de una “internacional populista de derecha” (The Movement), que conecta partidos y líderes bajo ejes como el antiglobalismo, el nacionalismo económico y el rechazo al feminismo y al ecologismo. Sus técnicas de comunicación incluyen mensajes simples y emocionales (slogans, memes), ataques personales, uso intensivo de fake news y teorías conspirativas, así como segmentación precisa de audiencias.
Entre las claves globales de la Batalla Cultural de la ND se encuentra la transnacionalización, encarnada por una red global de think tanks, fundaciones y medios de comunicación que actúan coordinadamente para difundir una agenda ideológica común (Atlas Network, Heritage Foundation, PragerU), adaptando narrativas a los contextos locales. Otro factor clave es la estrategia mediática basada en la simplificación y polarización mediante slogans contundentes y descalificación sistemática de los opositores, con el objetivo central de construir enemigos comunes.
La ND ha establecido una agenda común articulada en torno al rechazo del wokismo, la negación o minimización de la crisis ambiental, la oposición a la inmigración y la reivindicación de valores considerados tradicionales. La hibridación del neoliberalismo clásico con elementos del populismo autoritario —combinando austeridad fiscal y desregulación con discursos populistas que apelan a un líder carismático y a la división entre “pueblo” y “enemigos”— es otro rasgo definitorio y clave en esta batalla.
Con el gobierno anarcocapitalista de Javier Milei,[4] esta Batalla Cultural adquiere en Argentina una particular virulencia, buscando transformar o consolidar valores, creencias, símbolos, narrativas y prácticas sociales para una reconfiguración ultraderechista del neoliberalismo. El objetivo es modificar el sentido común, las referencias históricas y los códigos morales. Milei despliega esta ofensiva en tres frentes simultáneos: reformas económicas, consolidación institucional y penetración cultural para lograr la internalización social de sus propuestas.
En este terreno destaca la Fundación Faro, presidida por Agustín Laje, referente intelectual de la ND y eje organizativo de la ofensiva cultural libertaria en Argentina. Laje concibe la Batalla Cultural como un enfrentamiento estratégico por el control de símbolos, valores y narrativas. Su confrontación se dirige principalmente contra La ideología de género, el wokismo y el progresismo cultural, a los que atribuye el propósito de subvertir los valores tradicionales y la estructura social basada en la familia, la nación y la religión. Para él, la Batalla Cultural es el campo principal donde se decide el destino de las sociedades, superando incluso la lucha electoral o económica.
El antiecologismo de la ND
La ND percibe al ecologismo como una amenaza directa a los pilares ideológicos, económicos y culturales sobre los que busca construir su hegemonía.
En su mirada, el ecologismo no es solo una corriente ambiental, sino un proyecto político-cultural que cuestiona de raíz el modelo productivista,[5] el consumo ilimitado y la centralidad del mercado. Esto implica, para la ND, tres peligros centrales: es una amenaza económica en tanto el ecologismo promueve regulaciones, impuestos ambientales, límites a la explotación de recursos y transición energética, lo que la ND interpreta como trabas al crecimiento económico y a la competitividad. Estas medidas incrementan costos, afectan el empleo y restringen la libertad empresarial, erosionando el marco de desregulación que defienden.
También el ecologismo es un peligro cultural-ideológico ya que su prédica introduce valores posmaterialistas (límites, suficiencia, responsabilidad intergeneracional) que contradicen la ética de crecimiento ilimitado y consumo constante. Para la ND, estos valores se alinean con la “corrección política” y con agendas progresistas (feminismo, diversidad, derechos humanos), integrando un frente cultural que disputaría la hegemonía a la derecha. En consecuencia, la ND ve al ecologismo como parte de lo que llaman “marxismo cultural” o “wokismo”: una ideología global que busca modificar identidades y valores tradicionales.
Por otra parte, para los referentes de la ND, el ecologismo plantea un desafío geopolítico en tanto las políticas climáticas y los acuerdos ambientales internacionales restan soberanía nacional e imponen agendas ajenas a los intereses locales. De esta manera el ecologismo se ha transformado en una herramienta del “globalismo” que limita la industrialización y la autonomía de los Estados.
Para la ND, el ecologismo desactiva la legitimidad cultural del productivismo y erosiona la narrativa de libertad individual absoluta. Lo ven como una cuña que puede cambiar el sentido común hacia un modelo poscrecentista, redistributivo y cooperativo, lo que choca con su proyecto de un capitalismo desregulado, nacionalista y culturalmente conservador.
En la Batalla Cultural el antiecologismo radicaliza el eje productivismo-antiproductivismo propuesto por Florent Marcellesi,[6] con un enfoque ultraliberal que defiende la desregulación y niega la crisis socioambiental. Así, por ejemplo, el anarcocapitalismo de Milei se ubica en el cuadrante ultraindividualista y ultraproductivista, que absolutiza el mercado y reduce la libertad a la no interferencia estatal, sin reconocer límites ecológicos ni comunitarios. Desestima el valor de los bienes comunes y llega al extremo de negar la existencia de externalidades socioambientales.
En síntesis, la ND al convertir el anti-ecologismo en una pieza clave de su Batalla Cultural, busca deslegitimar una cosmovisión alternativa y consolidar una hegemonía basada en el individualismo radical, el productivismo sin límites y la desregulación, todo ello amplificado por estrategias comunicacionales y redes transnacionales.
Entre los argumentos con los que se construye el antiecologismo se destacan:
- Calificar de “alarmistas” todas y cada una de las advertencias ambientales, acusando al ecologismo de exagerar riesgos y presionar por políticas costosas e ineficaces.
- Señalarlo como corriente “antihumanista” y “neomaltusiana”, hostil al desarrollo humano por cuestionar la industrialización y el uso de combustibles fósiles.
- Presentar las políticas climáticas y acuerdos internacionales como parte de una “agenda globalista y tecnocrática” que busca imponer control y reducir soberanías nacionales.
- Acusar a los activistas ambientales de profesar una “nueva religión secular” o un “dogma moral”, cuestionando la validez de sus fundamentos científicos y señalando que sus medidas elevan el costo de vida y afectan el empleo, sobre todo en contextos de crisis.
Cabe señalar aquí el peligroso solapamiento de críticas al ecologismo entre la ND y ciertos progresismos del Sur Global. Entre ellas: verlo como “lujo” de países ricos ajeno a las necesidades de crecimiento y empleo; sospechar de un “neocolonialismo verde” que impediría la industrialización; priorizar el extractivismo (sea para financiar políticas sociales o para favorecer al mercado); o considerarlo un “obstáculo político” para proyectos estratégicos. La diferencia radica en que, mientras los progresismos encuadran la crítica en la lucha antiimperialista y la defensa de la soberanía nacional, la ND lo hace desde el rechazo al globalismo, la defensa del libre mercado, la oposición a la regulación ambiental y la deslegitimación de la corrección política.
Este solapamiento genera un riesgo de convergencia discursiva que debilita la voz de los movimientos socioambientales, legitima el extractivismo y desacredita la transición ecológica.
Crisis y oportunidad
El virulento embate de la Nueva Derecha (ND) con su autodenominada Batalla Cultural abre una oportunidad para un cambio de estrategia en el ecologismo. Siguiendo la lógica gramsciana que la propia ND emplea, el ecologismo debe proponerse convertirse en nuevo sentido común para amplias mayorías sociales.
El neoliberalismo y el conservadurismo lograron construir y sostener una hegemonía ideológica capaz de imponer en la sociedad su cultura en el sentido más amplio. Para ello concentraron recursos, medios y discursos destinados a fabricar un sentido común a su medida. Así consiguieron naturalizar la competencia permanente de todos contra todos, la mercantilización de las relaciones sociales y el consumismo; convirtieron a gran parte de la humanidad en adicta al infinito crecimiento económico y en idólatras del mercado y la tecnología.
Ante este panorama, el ecologismo enfrenta el reto de contrarrestar la cultura hegemónica de la ND promoviendo formas de vida opuestas a la “receta única” que se busca imponer, haciéndolas crecer hasta desbordar el sistema.
Frente a la hegemonía que hoy ejercen el capitalismo desregulado, el productivismo y la primacía del mercado en el imaginario social, el ecologismo debe oponer la sociabilidad convivencial, el respeto a los límites biofísicos, la regulación ambiental, la transición justa y la economía ecológica.
- Frente a la idea de un Estado mínimo y subsidiario, reducido a garantizar seguridad y propiedad privada, debe proponer un Estado activo, garante de bienes comunes, regulador y promotor de la justicia ecosocial.
- Frente a la concepción del crecimiento económico como fin en sí mismo, debe impulsar un desarrollo verdaderamente sostenible, basado en la suficiencia y en un decrecimiento selectivo.
- Frente a la economía del “siempre más”, la economía de lo suficiente; frente al consumismo, el consumo responsable; frente al darwinismo social, la solidaridad generacional sincrónica y diacrónica.
- Frente al conservadurismo moral y las jerarquías tradicionales, debe defender valores igualitarios, diversidad cultural, derechos intergeneracionales y una ética del cuidado.
- Frente al rechazo de la cooperación internacional para enfrentar las crisis ecológicas globales, debe promoverla activamente.
- Frente al negacionismo o minimización de las crisis ecosociales, debe fomentar la conciencia de su gravedad y origen antropogénico.
- Frente a la desregulación como dogma, debe impulsar normas estrictas, impuestos ambientales y protección efectiva de los ecosistemas.
- Frente a las descalificaciones como “alarmismo climático”, “marxismo cultural” o “neocolonialismo verde”, debe comunicar su carácter emancipador y su proyecto de justicia ecosocial.
El ecologismo no busca organizarse para derrotar a gobiernos de turno, sino para impulsar a la sociedad a organizarse y construir su propio modelo civilizatorio.
Todo apunta a la necesidad de un cambio radical en los valores que guían la vida bajo el productivismo. Sin embargo, como advierte el Manifiesto Última Llamada, los grandes cambios tropiezan con dos obstáculos titánicos: la inercia del modo de vida actual y los intereses de los grupos privilegiados, quienes hasta ahora han logrado impedir un cambio de rumbo. ¿Podrán seguir haciéndolo?
Mientras las élites económicas y las clases medias conservadoras constituyen el núcleo que sostiene la batalla cultural de la ND, el ecologismo debe construir —en términos gramscianos— un Bloque Histórico que articule las distintas corrientes ecologistas con organizaciones sociales y políticas que, al elevar su conciencia ambiental, comiencen a desprenderse del productivismo. Entre estas corrientes se destacan:
- El ambientalismo reformista, mayoritario en organizaciones no gubernamentales.
- El ecologismo social, presente en múltiples organizaciones populares.
- Corrientes ético-religiosas y laicos que sostienen los valores de Laudato si’ y Fratelli tutti.
- Dirigentes y militantes peronistas que reivindican el Mensaje a los Pueblos y Gobiernos del Mundo de Juan Domingo Perón.
- Organizaciones defensoras de los derechos humanos.
- Corrientes progresistas, movimientos de izquierda y nacionalismo popular.
La construcción de este bloque exige ampliar alianzas hacia:
- Trabajadores y sindicatos (justicia socioambiental y empleo verde).
- Juventudes urbanas (cambio climático y derechos futuros).
- Comunidades indígenas y rurales (defensa del territorio y soberanía alimentaria).
- Sectores culturales y artísticos (relato estético-emocional de la crisis ecológica).
- Ciencia y salud pública (impactos en la vida cotidiana).
A partir de la conciencia sobre el desafío civilizatorio, este Bloque Histórico debe transformarse en un movimiento sociopolítico capaz de disputar el lenguaje, resignificar conceptos como “progreso”, “desarrollo” y “libertad”, y convertir en sentido común la justicia ecosocial, la sociabilidad convivencial y el desarrollo verdaderamente sostenible.
Pasar de “proyecto político” a “sentido común” es la clave estratégica. La ND lo comprendió; el ecologismo debe hacerlo también, pero con un relato que combine cuidado, justicia y futuro deseable, no solo advertencias y prohibiciones.
En definitiva se trata de tejer una red de significados, prácticas y símbolos que vuelvan inseparables el cuidado de la naturaleza y la justicia ecosocial en la vida cotidiana.
[1] La hegemonía cultural se refiere aquí a la idea de que el poder dominante en una sociedad no solo se ejerce a través de la coerción, sino también a través del consenso, logrando que las ideas y valores sean aceptados como «sentido común». La nueva derecha, inspirada en Gramsci, busca «recuperar» esta hegemonía.
[2] Woke o Wokismo es un término peyorativo utilizado por la nueva derecha para referirse a un muy heterogéneo agrupamiento de movimientos sociales y culturales progresistas que critican las desigualdades estructurales (raciales, de género, sexuales) y abogan por la justicia social. La nueva derecha lo percibe como una amenaza cultural.
[3] Antonio Gramsci fue un filósofo marxista italiano que desarrolló el concepto de «hegemonía cultural» (la dominación de una clase social no solo a través de la fuerza, sino también a través del control de las ideas y valores).
[4] El anarcocapitalismoaboga por la abolición del Estado y la regulación de la sociedad exclusivamente a través de contratos voluntarios y mercados privados. Se asocia con el individualismo radical y la desregulación económica extrema.
[5] El productivismo es la superideología que prioriza el crecimiento económico y la producción ilimitada, sin considerar los límites ecológicos o las externalidades socioambientales. Es una «superideología» en tanto es compartida tanto por capitalistas como por socialistas.
[6] En Ecología política: génesis, teoría y praxis de la ideología verde, Florent Marcellesi propuso un modelo para entender las complejidades de la política contemporánea que va más allá del clásico eje izquierda-derecha (colectivista-liberal) y autoritarismo-democracia (autoritario-libertario), incorporando un tercer eje: productivismo-antiproductivismo.
ANEXO: Genealogía y línea de tiempo de la batalla cultural de la nueva derecha



Elaboración propia
